jueves, 9 de abril de 2015

EL DESIERTO: UN ZOMBIE EN BUSCA DE UN CEREBRO

El desierto. Director: Christoph Behl. Protagonistas: Lautaro Delgado, Victoria Almeida y William Prociuk. Participación especial de Lucas Lagré. Guión: Christoph Behl, con la colaboración de Florencia Incarbone, Constanza Moncada, Nadia Méndez, Tatiana Barrero. Subterránea Films. Argentina, 2013. 

Premios a la Mejor Actriz y al Mejor Actor en el Buenos Aires Rojo Sangre; y a la Mejor Actriz en el Ravenna Nightmare Film Festival. Excelente recepción en festivales del género nacionales e internacionales: Sitges, el SXSW de los EE.UU., Mendoza Proyecta, el Film Festival de Jerusalén, el International Film Festival de Estocolmo, el Latin Vision Fancine de Málaga, el Trieste Science Plus Fiction, la Fright Fest de Londres, el Fantasy Filmfest de Alemania, el Festival Latinoamericano de Video y Artes Audiovisuales de Rosario, el MOTEL X Film Festival de Lisboa; y el Razor Reel Fantastic Film Festival de Brujas, entre otros. De acuerdo con la información brindada por Télam, el filme fue comprado por Holanda, Bélgica, Asia y Australia, además de HBO Europa y el AMC Sundance, con la intención de emitirla en las distintas televisoras locales. 


Bien. O a los mercados extranjeros les mandaron otra película; o a mí me cagaron en la privada de prensa con un corte mal montado o incompleto. Porque, dicho esto con el mayor de los respetos, El desierto (2013), de Christoph Behl, me pareció pedante, pretenciosa, morosa, vanamente intelectualoide, larga, pesada y aburrida. Me queda claro que con su primer largometraje de ficción, el director alemán asentado en la Argentina no quiso filmar un capítulo de The Walking Dead, sino hacer de la temática zombie un descenso a los infiernos de las relaciones interpersonales en situaciones extremas de agobio y encierro.


Situaciones por la que atraviesan los tres protagonistas (dos hombres y una mujer), voluntariamente atrapados en un caserón fortificado de un Conurbano bonaerense post-apocalíptico. Supongo, ya que no importa la identificación geográfica porque toda la tensión sexual, psicológica y patológica que cargan, sale de la pantalla en actuaciones estereotipadas, parlamentos soporíferos y monocordes, metáforas fáciles del aislamiento y la tortura. Y millones de tiempos muertos que licúan el poco efecto alcanzado por las imágenes. 


La película está llena de buenas ideas (a mi entender) resueltas de manera equivocada, abusando del efecto Gran Hermano (el del reality, no el del libro de Orwell) y atentando contra la empatía que buscan generar en el espectador. Y aunque la realización sea soberbia; y el detallado mundo de costumbres, rituales, estrategias y estratagemas construido alrededor de los personajes se muestre sólido y convincente, el impacto que carga la trama no se anima a abandonar la seguridad de las formas que sostiene la estructura narrativa del filme y de la casa, tal vez por temor a que el zombie entre y le coma el cerebro que sugiere tener pero no muestra. 
Eso. O yo tenía un mal día. 
Fernando Ariel García

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