miércoles, 25 de junio de 2014

TRANSCENDENCE: FRANKENSTEIN O EL MODERNO EMOTICÓN

Transcendence: Identidad virtual. Director: Wally Pfister. Protagonistas: Johnny Depp, Morgan Freeman, Paul Bettany, Rebecca Hall, Kate Mara, Cillian Murphy y Clifton Collins, entre otros. Guionistas: Jack Paglen, Jordan Goldberg, Alex Paraskevas, Wally Pfister. Alcon Entertainment. EE.UU., 2014.

Gran idea, gran presupuesto y grandes actores. Sin embargo, ay!, Transcendence: Identidad virtual (Transcendence, 2014) no llega a ser una gran película. ¿Es entretenida? Sí. ¿Es un poco larga? También. ¿Es original? Por momentos. ¿Es pretenciosa? Mucho. Y, me parece, ese termina siendo su talón de Aquiles. Presa de un romanticismo infantil, Will Caster (Johnny Depp) pasará de ser el más importante y revolucionario científico abocado al estudio y desarrollo de la Inteligencia Artificial, en la encarnación virtual del miedo real de un grupo terrorista que reíte de Al Qaeda.



Con el práctico Caster abocado a la controvertida construcción fáctica de poder sobrehumano gracias a la trascendencia que postula el título en inglés, la cuestión ética recaerá sobre los hombros de su esposa (Rebecca Hall), sus amigos y colegas más íntimos (Paul Bettany y Morgan Freeman), los mismos terroristas de antes y algunos agentes del FBI dispuestos a todo. Todo, claro, en un pueblito de mala muerte dónde terminará por definirse el futuro inmediato (y mediato) de la Tierra y el ser humano.


Como Frankenstein mucho antes, Transcendence elige tratar temas que siempre seguirán estando vigentes: La moral científica, los límites de la humanidad en su relación con el Dios moderno que representa la tecnología, la capacidad de injerencia constructiva y/o destructiva entre el Hombre y el Medio Ambiente, la misma noción de vida como eje de un debate (no zanjado) entre la ciencia y la religión.


Mitad thriller tecnológico apoyado en una desmedida paranoia sobre los avances tecnológicos, mitad lacrimoso drama sentimentaloide estirado hasta el hartazgo, el debut tras las cámaras de Wally Pfister resalta como elegante y sofisticada arquitectura visual, pero derrapa argumentalmente al perder el foco neurálgico de su trama, haciendo de la máquina sensible y sensitiva que se va construyendo junto con el filme un gigantesco y omnisciente emoticón que, paradoja del destino, no le mueve un pelo a nadie.
Fernando Ariel García





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